En Occhio critico, el crítico italiano Guido Ballo (1914-2010) describe 4 reacciones distintas frente a las obras de arte: un ojo crítico, un ojo común, un ojo snob y un ojo absolutista. ¿Con que ojos miramos las obras de arte?
El ojo común es el que se guía por la costumbre, por lo que ve en reproducciones de almanaque, por lo convencional, lo tradicional. Le importa identificar el motivo, sentir la belleza, advertir la verosimilitud. Es el ojo del gran público que dice no entender de arte. Es el ojo que le gusta el artificio de la imitación y se siente estafado ante algo muy novedoso como el arte contemporáneo. “Esto lo podría haber hecho mi hijo”, dice.
El ojo snob es el ojo que toca de oído, se le pega la moda del momento. Puede hablar de todo como si supiera, de arte de vanguardia, de música electrónica, del cine "raro". No lee ni estudia en serio porque no siente verdadero amor por el arte ni tiene base cultural, aunque cree ser un iniciado y pertenecer a una élite. Si le hacemos alguna pregunta en profundidad (que él evitará hábilmente) nos daremos cuenta que es todo "maquillaje cultural" (OC, p. 84).
Describe luego Ballo al ojo absolutista. Es el ojo que apunta en una sola dirección, por lo cual resulta imposible dialogar con él. Puede encontrarse entre los artistas, para quienes opinar de arte resulta casi un acto de fe. Si son abstractos, gustarán de lo abstracto, si son figurativos, de lo figurativo. O todo o nada.
El ojo que mejor puede apreciar el arte es el ojo crítico. Semejante al ojo clínico del médico, es capaz de detectar en la obra síntomas de su tiempo. El ojo crítico es un ojo formado. La dificultad está en que no existen reglas para quien quiera formarse; por eso, además de conocimiento, hacen falta intuición, superación de preconceptos, oportuna puesta en foco del ojo, variación del ángulo de visión para encontrar el más adecuado.
Extraído de Oliveras, E. Estética, la cuestión del arte.