Suely Rolnik, la filósofa y psicoanalista brasilera, se pregunta: ¿puede sanar el arte? “La pregunta me persigue desde siempre, porque involucra cuestiones funda-mentales acerca de lo que es el bien vivir (vivir bien), de lo que es crear, de lo que es transformar y acerca de la relación que se puede establecer entre estos tres verbos si es que, de hecho, existe alguna relación” (p. 4).
El punto de partida es la obra de Lygia Clark, “Estructura del Self” y “Objetos relacionales”. Lygia Clark fue una artista brasilera y fomentaba en su obra la participación activa del espectador, animándolos a interactuar con sus obras y a experimentar con su propio cuerpo. “Objetos relacionales” era una especie de terapia donde la artista conectaba con el espectador/paciente a través de objetos.
“la cura no tiene que ver con la «salud psíquica» que se evalúa según el criterio de fidelidad a un código: un proceso equilibrado de identificaciones del ego con imágenes de los personajes que componen el mapa oficial del medio, y un mapa que se define por la inserción socio-económico-cultural de la familia. Y se completa con la construcción de defensas más eficaces y menos rígidas. En contraste con ello, la cura tiene que ver con la afirmación de la vida como fuerza creadora, con su potencia de expansión, lo que depende de un modo estético de aprehensión del mundo” (p.10)
La cura de la que habla Clark y retoma Rolnik tiene que ver, entonces, no con adaptarse a un status quo previo, siendo funcionales a un sistema, sino liberar la fuerza creadora del sujeto. Esto es lo que llaman “salud poética”.
“Lygia Clark desplaza las fronteras históricamente trazadas entre arte y clínica. Entre artista y receptor, sea este el ex-espectador o el ex-crítico, se crea una zona de indeterminación —algo en común, y no obstante indiscernible— que no remite a ninguna relación formal o de orden identitario, ya que el primer polo de la pareja no se ubica ni en la categoría de artista ni en la de terapeuta, y el segundo no se ubica ni en la categoría de espectador o de crítico ni en la de paciente”. (p. 11)
Este proyecto es esencialmente híbrido, un cruce. No es ni una pura obra de ni una mera práctica clínica. No es abandonar el arte, lo que propone Lygia, ni tampoco cambiarlo por la clínica, sino habitar la tensión de sus bordes. Es una práctica fronteriza.