Etimológicamente la palabra “absurdo” se compone del prefijo “ab” (próximo en este caso a la preposición de) y la palabra “surdus” ('sordo'). Literalmente lo absurdo es lo disonante, lo que no se entiende o no se oye. En definitiva se trata de un desacuerdo: con el entendimiento o la razón, con los sentidos, incluido el sentido de la vida.
Lo absurdo es contrario a la razón, como facultad. Pero, más allá de esta definición general, lo absurdo designa una manifestación efectiva de la falta de razón. Lo absurdo no es entonces lo simplemente falso, ni la falta de buen sentido, sino que designa una sordera radical en relación con los hechos.
Lo absurdo se presenta también en la de las reglas del lenguaje y de los criterios del sentido. La posesión o donación de sentido depende en particular de una sintaxis; las frases aparentemente correctas pueden carecer de sentido. Es el caso de los enunciados de la metafísica, según algunos filósofos (Wittgenstein, Carnap) que hacen un uso crítico del sinsentido: desechar las proposiciones o frases que no dicen nada (como la frase de Heidegger “el mundo mundea”).
Lo absurdo, como sensación de la falta de sentido, es también una vivencia vacía: definida por Albert Camus como “misterio y extrañeza del mundo”. El mundo se nos presente extraño, irracional. Sísifo, condenado a subir una y otra vez una piedra por una colina, es para Camus la metáfora del sinsentido de la vida, el héroe del absurdo.
Basado en el “Vocabulario de las filosofías occidentales. Diccionario de los intraducibles” de Barbara Cassin, publicado por @sigloxxiarg